domingo, 28 de junio de 2020

El viento


Para que el viento tienda

su terca liviandad de luciérnaga-topo,

han sido necesarias muchas piedras,

parapetos de pájaros

y heridas como ruinas de amapolas.

 

Para entender la lógica

con que ordena cardúmenes y olas,

o su afán por arpar

la geometría de hojas en movimiento,

preguntadle de qué ausencia huye,

dónde perdió su sombra,

qué dios ciego le robó la palabra.

 

Entenderéis, entonces,

por qué es feliz cuando la luz lechosa

lo atraviesa, 

           por qué se vuelve cuarzo

en los brazos del mundo.

Entre Escila y Caribdis


Tuve que elegir entre el clavo ardiendo

o la temida caída al vacío.

Siempre me paralizó la acrofobia

y la posibilidad de vivir

tras el impacto es mínima.

Pero nunca se sabe; 

mientras tanto, disfruto del paisaje.


domingo, 14 de junio de 2020

Caronte en paro


Caronte no cobra desde hace meses
el subsidio para desempleados
de larga duración.

 

                        Gobierna en el Olimpo

                        una kakistocracia dipsómana y corrupta

                        que ha convertido el icor en purín.

                        Gajes de la endogamia y el incesto.

 

Y es que Caronte no tiene ni un alma

que llevarse a la barca.

Los hombres han rajado sus espejos.

Vagan casi invisibles como piedras de niebla.

Giran sobre sí mismos, se entrechocan,

balbucean canciones descuajadas.

 

El viejo los observa con curiosa extrañeza.

¿Han sido capaces de malgastar

los óbolos prostituyendo a Psique?

Son guiñapos zurcidos por una eternidad

donde nunca volverán a pulir 

el peso de sus nombres.

Una argamasa sin ojos que cruje.

 

                        Esta noche es compacta

                        la pútrida humedad del Aqueronte.

 

Desenreda de sus greñas el mechero

con el que Perséfone le obsequió

cuando Hades le hizo indefinido

y se enciende un cigarro.

En el mechero, brillante como una 

enorme garrapata, aún puede leerse

            Recuerdo del Leteo.

 

Ha pensado en buscar otro trabajo,

quizás taxidermista de animales 

sagrados o bordador de mortajas.

Unirse al club de plañideras griegas.

Pero su currículum se resume

en una eterna labor: psicopompo.

 

Caronte sueña con yates lujosos

y remeros de bronce; lanzarse al mar abierto,

rascarse el escozor de la sal en los ojos.

Pero ahora, cuando ve que los hombres

arrastran, derretidos y confusos,

el vacío impalpable del futuro,

tampoco se conmueve: 

el alma es su sustento y por su culpa

podría Orfeo robar sus costillas

y usarlas como lira.

Porque el dracma es el dracma

y la cornucopia boquea hueca.

            

                        Estamos otra vez a fin de mes.

                        Caronte sigue en paro.


                                              Caronte conversa con un eídōlon (Oxford, Ashmolean Museum).

El peluquero del pueblo

            ¿Sabía usted que la peluquería de mi padre fue el primer establecimiento del pueblo? Sí señor, antes que los bares y el ultramar...