domingo, 28 de junio de 2020

El viento


Para que el viento tienda

su terca liviandad de luciérnaga-topo,

han sido necesarias muchas piedras,

parapetos de pájaros

y heridas como ruinas de amapolas.

 

Para entender la lógica

con que ordena cardúmenes y olas,

o su afán por arpar

la geometría de hojas en movimiento,

preguntadle de qué ausencia huye,

dónde perdió su sombra,

qué dios ciego le robó la palabra.

 

Entenderéis, entonces,

por qué es feliz cuando la luz lechosa

lo atraviesa, 

           por qué se vuelve cuarzo

en los brazos del mundo.

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