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lunes, 9 de noviembre de 2020

Dafne

                                   «Vístete de color romántico
                                          y serás protagonista en mi película».
                                                                     mocedades

 

Los ojos de mi madre son haces de laureles

donde encuentra su luz la clorofila.

 

Algunas noches me cuenta la historia

de cierta dríade que se casó

con dieciocho años.

Ella se sentía sola en Madrid;

él apresaba musas con su lira.

 

Hay restos de raíces en sus labios;

por eso sus palabras

arrastran la ternura

de la tierra mojada.

 

Después llegaron los inviernos negros,

los hematomas, la desolladura;

los ciegos gritos que el infiel arquero

tapiaba con promesas como zarzas.

 

Mi madre canta nanas a las flores

nacidas de sus pechos.

Cuando se ducha alza los brazos, los estira,

y el agua templada, barriendo el lodo,

convierte cicatrices en nidos de cascadas.

 

Hasta que se cansó. 

Hasta que Dafne decidió escapar.

Aprovechando que Apolo dormía

su borrachera lejos,

            protegió los esquejes y las yemas                 

tras sus ramas secas, sanguinolentas.

            Sus piernas destruyeron la corteza.

            Y comenzó a correr.

 

Mi madre es una dríade

a punto de cumplir sesenta y ocho años.




domingo, 14 de junio de 2020

Caronte en paro


Caronte no cobra desde hace meses
el subsidio para desempleados
de larga duración.

 

                        Gobierna en el Olimpo

                        una kakistocracia dipsómana y corrupta

                        que ha convertido el icor en purín.

                        Gajes de la endogamia y el incesto.

 

Y es que Caronte no tiene ni un alma

que llevarse a la barca.

Los hombres han rajado sus espejos.

Vagan casi invisibles como piedras de niebla.

Giran sobre sí mismos, se entrechocan,

balbucean canciones descuajadas.

 

El viejo los observa con curiosa extrañeza.

¿Han sido capaces de malgastar

los óbolos prostituyendo a Psique?

Son guiñapos zurcidos por una eternidad

donde nunca volverán a pulir 

el peso de sus nombres.

Una argamasa sin ojos que cruje.

 

                        Esta noche es compacta

                        la pútrida humedad del Aqueronte.

 

Desenreda de sus greñas el mechero

con el que Perséfone le obsequió

cuando Hades le hizo indefinido

y se enciende un cigarro.

En el mechero, brillante como una 

enorme garrapata, aún puede leerse

            Recuerdo del Leteo.

 

Ha pensado en buscar otro trabajo,

quizás taxidermista de animales 

sagrados o bordador de mortajas.

Unirse al club de plañideras griegas.

Pero su currículum se resume

en una eterna labor: psicopompo.

 

Caronte sueña con yates lujosos

y remeros de bronce; lanzarse al mar abierto,

rascarse el escozor de la sal en los ojos.

Pero ahora, cuando ve que los hombres

arrastran, derretidos y confusos,

el vacío impalpable del futuro,

tampoco se conmueve: 

el alma es su sustento y por su culpa

podría Orfeo robar sus costillas

y usarlas como lira.

Porque el dracma es el dracma

y la cornucopia boquea hueca.

            

                        Estamos otra vez a fin de mes.

                        Caronte sigue en paro.


                                              Caronte conversa con un eídōlon (Oxford, Ashmolean Museum).

La frente

Mientras duermes, una frente apoyada en el cristal del salón rumia barro. Han tiznado las estrellas con sarro, apenas yerra carne desalmada....