sábado, 9 de noviembre de 2019

Eva

Escúchame, Señor: Adán ha muerto.
Si la divina providencia quiso
convertir en infierno el paraíso,
destierra a esta maldita del Edén,
arráncame del árbol de la vida.

Prefiero callejear por un mundo
que huele a madera santificada
y a pintura virgen. Me iré a vivir
al cráter de Darvaza
y me alimentaré 
de cardos, de arcilla negra, de espinos.

Y sé que cuando mis hijos me vean
abrazada a la serpiente, dirán:
«Ahí está Varona amamantando
perros, doliéndose de su semilla.
Se le han vuelto canosas las pupilas.
Ahí gime esa loca inhabitada, 
solemnemente sola».

A ti te invoco, sacrílega Lilith:
revélame el secreto
de la piedra domada.

Señor, yo lo ví con mis propios ojos.
Acaricié su cuerpo con mi pecho 
desnudo y repetí su nombre tantas
veces que lo deshice. 
Y te llamé, Señor.
Y te recé, Señor. 
Quise expiar pecados
que no me habían sido revelados.
Pero no respondiste a mis plegarias.
Debías de estar muy ocupado descansando
de una obra que jamás engendraste.
Me duele la costilla de pensarlo.
Así que le dejé
al viento de una tierra prometida
anegada en azufre.

Escúchame Señor: en tu conciencia
deposito mi humilde apostasía.
Desmantela el vergel
porque esta loca inhabitada 
rumiará su rabia lejos. 
Solemnemente sola.


                          (El primer beso, Salvador Viniegra y Lasso de la Vega, 1891)

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