domingo, 26 de febrero de 2023

Hoy

 Despierta, mamá, ha llegado el día susurra meciéndole el hombro que tiene a la vista.                                    

    

    Madre, tras un breve rezongo, aprovecha el cambio de posición para estirar el cuerpo embotado y taparse hasta la nariz. Con el único ojo abierto mira la hora que el despertador proyecta en el techo: las siete y nueve. En un rápido cálculo sabe que puede retozar unos minutos más.


Buenos días, Hijo.            

   

    A las siete y catorce minutos Madre busca por tiento las zapatillas. Bien es verdad que hace media que hora se ha levantado y se ha tomado el Eutirox con medio Danacol, pero el frío de febrero es tan salvaje sin calefacción que ha decidido meterse en la cama de nuevo antes de que alguno de sus hijos se ponga en movimiento. De hecho, el pequeño (llamamos pequeño al de treinta años) ronca como si estuviera a punto de romperse la garganta, y el mayor, el que ha venido a despertarla, se ha quedado dormido en el sofá. Pero antes ha debido enchufar la cafetera porque huele la casa a café recién hecho.

    Ha llegado el día. Madre demora en lavarse la cara porque el agua caliente la reconforta. Ocho años y ha llegado el día. El espejo le devuelve un pelo húmedo pero enmarañado, unos ojos azulísimos aún en penumbra y arrugas propias de quien ha vivido mucho. Ya en la cocina, aprovecha para poner la olla express en la vitrocerámica mientras tuesta dos rebanadas de pan. Hay para comer puré de puerros y filetes de ternera con arroz basmati. Calienta medio vaso de leche en el microondas durante un minuto y saca del frigorífico la mermelada de frambuesas. El desayuno es para Madre un ritual, el momento del día en el que siente algo parecido a paz adherida a sus huesos, un limbo silencioso y placentero donde percibe su cuerpo como materia gelatinosa, como halo que pesa y toma forma. Dos cucharadas de café, Ameride, Atenolol, el medio Danacol que le quedaba. Inspira profundamente tras beber el último sorbo de café con leche hirviendo y apoya los codos para taparse los ojos con el cuenco de las manos a modo de duermevela.

    Ocho años y ha llegado el día. Ella, que llegó con catorce años a la capital para servir a una familia de postín. Ya sabes, los jóvenes emigraban, las adolescentes eran empujadas a ayudar a padres que labraban una tierra cada vez más estéril. Ella, que se casó con solo dieciocho años ¿Enamorada? No sabría responderte; solo te dirá que no quería dormir una noche más sola. Después trabajará limpiando y cocinando en casa de un joyero en auge. Será la cara visible ante la recepción de clientes famosos: joven, rubia, ojos como miles de cielos vírgenes, dientes torcidos pero con personalidad. Yo serví a… El anillo de pedida que llevaba en la portada de revista me lo probé yo a escondidas antes de que ella lo tocara. Cada dos fines de semana se iba al baile con la cocinera y en unos de esos guateques conoció a un cubano y poco tiempo después se fue a vivir con él llevándose a sus hijos. ¿Enamorada? No sabría responderte, solo te dirá que estaba cansada de trabajar para un marido continuamente borracho, de escuchar a sus hijos llorar de frío; que se guio por promesas aunque el precio fuera moretones y una sensación perenne de pequeñez. Él les abandonó con la misma naturalidad con la que ella se hizo cargo de las personas mayores a las que alquilaba habitaciones, sin tiempo para las lágrimas ni para las preguntas: las levantaba, las vestía, las rociaba con colonia Nenuco, limpiaba las habitaciones, llevaba a los niños al colegio, regresaba para recoger la sala y hacer la comida, las acostaba para que se echaran la siesta, iba a por los niños al colegio, les ayudaba con los deberes, planchaba, preparaba la cena, ponía el pijama a cada una de ellas, ayudaba a ducharse a los niños, se acostaba la última, no sin antes leer al menos una página de algún libro. Así durante varios años hasta que la edad le dijo basta sin darse cuenta de que no había cotizado.

    Ha llegado el día. Pero antes vino la mudanza, el nuevo trabajo como conserje de media jornada y la otra media jornada ocupada en limpiar las casas de esa misma comunidad. Con tanto tiempo libre para pensar durante las solitarias tardes de invierno esperando a que fueran las ocho para sacar los cubos. Con tanto tiempo, después de dejar la portería impoluta, para pensar que, si no hubiera sido por los avatares de la vida, le hubiera gustado estudiar magisterio, porque admiraba a la profesora del pueblo que enseñaba de todo y que se sorprendía de lo inteligente que era Madre para las matemáticas y para aprenderse los poemas de Otero Pedrayo o Rosalía de Castro. Pero otros decidieron que la cría, con catorce años, ya estaba hecha para ir a la capital y ayudar a su madre, ahora viuda. 

    Hasta que un día decidió, a pesar de sus sesenta años, estudiar a distancia uno de esos grados de los que había escuchado hablar a sus hijos. El primer año fue duro, no tanto por la densidad de las asignaturas, sino porque desconocía internet y sus laberintos; no tanto por la falta de hábito sino por acortar horas de sueño. La pícara conserje, la llamaban.

    Así pasaron los años hasta el último examen. Un sábado, recuerda, temblando y con un sueño atroz; respondiendo febril pero insegura cuestiones de sintaxis, regresando a casa con un paradójico sentimiento de orgullo y vacío. Y la nota del examen varias semanas después. Y el día de la graduación ocho años después.

    Madre despierta en ese momento de la duermevela porque siente el hormigueo de sus brazos dormidos. 

Despierta, mamá, ha llegado el día. Vístete, que pronto llegará el taxi para llevarnos a la facultad. 

 

Las invisibles

 Mujer en un vagón de metro, 8:08.            

Buenos días y disculpen que les moleste. Soy una madre de 37 años que vive con sus hijos en una habitación alquilada. Realizo trabajos esporádicos pero, desgraciadamente, no son suficientes para llegar a fin de mes. No percibo ningún subsidio: me veo forzada así, a pesar de la vergüenza, a buscar ayuda. Ofrezco pañuelos y caramelos por la voluntad. También si tienen comida o si saben de algún trabajo por pequeño que sea, estaría agradecida. Tengo dos bocas que alimentar y debo ya dos meses de alquiler. Lo último que quisiera sería verme viviendo con mis hijos en la calle. Por eso ofrezco pañuelos y caramelos por la voluntad, señores. Muchas gracias de antemano y que tengan un buen día. Pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad señores. Muchas gracias, que tengan un buen día.

 

Mujer en la puerta de un supermercado, 11:24.

            

            🎵¡Oléle! ¡Olelé! Moliba makasi.🎵 Buenos días, mama. Buenos días, mama guapa. Hola, señora, buenos días. Oh, gracias, mama, mucho coraje en el día, mama, gracias.

            🎵¡Luka, Luka! Mboka na yé, mboka mboka Kasai.🎵  Mama, buenos días. Señor, buenos días. Claro, usted dejar perro guapo conmigo, yo cuidar bonito él. Gracias, mama, muchas gracias.

            🎵¡Eeo, ee eeo, Benguela aya!🎵 Mama buena, buenos días, gracias mama, señora, usted guapa y buena siempre conmigo. ¿Hijo bien? Gracias mama, buena mañana para usted.

            🎵¡Oya, oya! Yakara a.🎵 Señora, buenos días, mama. ¿bien todo? Gracias, yo bien, cantando, mama, buen día mama. Oh, comida rica, mama, gracias.

            🎵¡Oya, oya! Konguidja a.🎵 Buenos días, señor, gracias usted. Mama buena mañana a usted. Mama, aquí perro usted, perro bueno, no haberse movido, gracias mama, mucho coraje en el día.

            🎵¡Oya, oya!🎵

 

Madrid, una calle cualquiera, 13:28. Mujer de unos 55 años sentada en el suelo. Intenta esquivar el frío con toda suerte de harapos; de hecho, solo se le ven la nariz, los ojos y un mechón grisáceo. Apoya en sus rodillas un cartel sucio en el que se puede leer: Todos necesitamos alguna vez un poco de ayuda. Muchas gracias.

 

Mujer en la puerta de una iglesia, 16:17.

 

            Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. 

 

Mujer en un vagón de metro, 18:43.

 

Buenas tardes y disculpen que les moleste. Soy madre de dos hijos que lucha por sacarlos adelante. Vivimos en un cuarto alquilado, pero a pesar de los trabajos modestos que desempeño no llegamos a fin de mes y debo ya dos mensualidades. Recurro a ustedes para no verme en la calle con mis dos niños. No recibo ninguna ayuda. Ofrezco pañuelos y caramelos por lo que ustedes buenamente consideren. Si tienen comida o si saben de algún trabajo por pequeño que sea, también son bienvenidos. Gracias de antemano y disculpen si les molesto. Pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad señores. Muchas gracias, que tengan una buena tarde.

 

 

Hijas de la abundancia

  En los cotiledones nace el tiempo, pero el tiempo es granizo que no cesa.  Eso ya no importa mucho  ahora que la hoja, desmembrada, cae ha...