Comencé
a rebuscar palabras la primera mañana
que amanecí en tu cama aún electrizado
por la recia tibieza de tu sexo.
El genoma del beso iniciático
me transmitió toda la sabiduría
poemática que otros hombres
anteriores a nosotros
habían heredado
también de otros hombres.
El aliento del Adán cromosómico
abriéndose paso entre la carne.
La glaciación sobrevino después,
cuando la tundra mendigaba soles
y en mi cueva escribía
tu voz rupestre para recordarla.
Porque ya trepaba la madreselva
por el anillero de mis costillas.
Así que decidí enterrarte dentro,
—ángel polícromo, animal simbólico—,
bajo el fuego y la sangre,
bajo la despensa y los alveolos,
bajo el lecho y los huesos.
Pero siempre diré que no nací poeta,
sino que, cierta noche,
Céfiro sopló su viento en mi boca
y desde entonces, solo
desde entonces, amor, siembro palabras.
El nacimiento de Venus, Sandro Botticelli.
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