(Isla de Gavdos,
27-7-18)
Gavdos es una ciruela dorada
que madura bajo la tarde ardiente
de finales de julio.
No recuerdo tu nombre,
pero me abrazas como si tu estirpe
griega cantara historias ancestrales.
Es el momento: vamos a la
cueva.
Delante de la gruta recitas en voz alta
el canto en que Calipso
debe dejar marchar al noble Ulises
por orden de los dioses.
La de trenzados cabellos le ayuda
a construir la balsa;
prepara vino rojizo y manjares.
Hacen el amor por última vez
y se despiden al día siguiente.
Tú, que honraste mi hogar
durante
una semana
con el olor del cedro y
del alerce,
vete, navega por el mar
ventoso
hacia nuevas playas donde
te ampare
la inmortalidad que tanto
mereces.
He sido muy feliz aunque
la envidia
divina
es implacable.
Buen
viaje.
(Heraklion, 28-7-18)
Desde el avión Heraklion
es un racimo de uvas nevadas
que madura bajo la tarde hirviente
de finales de julio.
Regreso a Madrid, anfitrión cretense.
También he sido muy feliz
contigo.
Porque a pesar de que
los dioses caprichosos
solo otorgan
placeres fugaces a los
mortales,
yo ya conservo un hilo
de tu eternidad entre mis
costillas.
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