Nos prometimos el oro y el moro
una calurosa noche de agosto.
A horcajadas, la luna apuntillaba
persianas en tu espalda,
y yo observaba mi futuro en tus pupilas
—negrísimas, por cierto—.
Sudábamos.
La felicidad era en ese momento
una brizna de aire fresco en la nuca.
Viajaremos a Volubilis.
Nuestro perro se llamará
Lucas.
Te recitaré un poema cada
tarde.
Nos habíamos duchado después
de haber hecho el amor
y charlábamos los dos boca arriba,
con una mano apolillando el vientre
y la otra descansando en la almohada.
Sonreíamos.
Besábamos nuestras máscaras,
acariciábamos kilómetros de acero.
Quemaremos el otoño en
Canadá.
Compraremos una casita en
el campo.
Prepararé yo siempre el
desayuno.
Dándonos la espalda nos deseamos
—las buenas noches—.
Habíamos bebido demasiado.
Hermosa agridulzura la que desprende el poema.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias por leerme y por dejar el comentario, Antonio. Un abrazo enorme :)
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