Que nadie descuaje hiedras
del muro que las sustenta
ni se sacien de abrigo mis manos
cuando presientan púas bajo tu huida.
Porque ninguna esclusa sellada
conquistó jamás faraones,
porque al cobijarse crecen ramas,
asoman humedales.
Y he aquí la gravedad del ala
posada en tu promontorio:
cómo desciende hacia el mar, silenciosa,
cómo labra en la arena
aquello que tabicamos con labios.
Hasta que tu piel,
íntima, voraz, inabarcable,
recolecta semillas
bajo las que reposa
la ternura de Aquiles abrazando a Patroclo.
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