Olvidaremos el tacto entregado
a la caricia tibia,
olvidaré abrazarte.
Se borrará de nuestra memoria colectiva
la forma de los labios cuando van a besar,
el dulce olor en la piel del recién nacido.
Camas de noventa, sofás unipersonales.
Desaparecerá la mano que recoja
nuestras lágrimas como pétalos transparentes;
pobre hombro arrancado
de su ancestral función alentadora.
Mediremos el saludo en yottámetros.
Muslos hambrientos, ojos despoblados.
Nuestros muertos se irán,
y se nos negará la despedida.
Pero no ganarán:
plantaremos en todos los suburbios
trincheras clandestinas, sociedades masónicas;
narraremos leyendas de hombres y mujeres
que, tiempo atrás, buscaban
el cosquilleo y la piel erizada.
Y cerraré los ojos,
y volaré hasta Sirio.
Presentiré unos labios,
el aleteo de un pecho en mi espalda.
Y, amor, allí recordaré tu abrazo,
y la felicidad me abarcará
como una mariposa
pasajera seducida por la luz.
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