Morirá como cabeza de violín
tras su placenta viscosa,
se pudrirá aplastado
bajo dentelladas de algodoncillos.
¿Quién le va a enseñar a sembrar parterres?
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Kilómetros, kilómetros;
somos racimos efímeros de alas
en plena mutación adormecida.
Anhelamos los colores
donde anide nuestra sed aposemática.
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Mi patria ondea ahora
en los bosques de oyamel.
Y hasta aquí volé para morir.
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Se equivocaban:
la tibieza del tiempo
solo puede apreciarla
quien ha renunciado
a ser larva o crisálida.
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