y serás protagonista en mi película».
mocedades
Los ojos de mi madre son haces de laureles
donde encuentra su luz la clorofila.
Algunas noches me cuenta la historia
de cierta dríade que se casó
con dieciocho años.
Ella se sentía sola en Madrid;
él apresaba musas con su lira.
Hay restos de raíces en sus labios;
por eso sus palabras
arrastran la ternura
de la tierra mojada.
Después llegaron los inviernos negros,
los hematomas, la desolladura;
los ciegos gritos que el infiel arquero
tapiaba con promesas como zarzas.
Mi madre canta nanas a las flores
nacidas de sus pechos.
Cuando se ducha alza los brazos, los estira,
y el agua templada, barriendo el lodo,
convierte cicatrices en nidos de cascadas.
Hasta que se cansó.
Hasta que Dafne decidió escapar.
Aprovechando que Apolo dormía
su borrachera lejos,
protegió los esquejes y las yemas
tras sus ramas secas, sanguinolentas.
Sus piernas destruyeron la corteza.
Y comenzó a correr.
Mi madre es una dríade
a punto de cumplir sesenta y ocho años.
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