Intuye sus ojos llenos de lluvia
en el fondo marino.
Escuálidas pirañas
maleables y azules.
Cuando intenta ondular
la porosidad carnosa reflejada
en la superficie, un fantasma
glaciar electrocuta su espinazo.
¿Hay alguien ahí? (…ahí, …ahí).
Si al menos… pudiera… (…era, …era)…
—al bellísimo Narciso le asfixia el mito—
remolcar hasta la orilla
los cascotes flotantes (…antes,…antes).
Toda conciencia nació
para vallar silencios.
Eco ríe a carcajadas en su cueva
y el móvil es un verdugo que vibra.
A las tres de la tarde.
Eran las tres en punto de la tarde.
Pero regresará,
como regresa cuando la necrosis
mordisquea los huesos.
Se levanta y enjuga
su apatía con la punta mojada
de la corbata. Debe
volver a la oficina.