miércoles, 26 de junio de 2024

La frente

Mientras duermes, una frente apoyada

en el cristal del salón rumia barro.

Han tiznado las estrellas con sarro,

apenas yerra carne desalmada.

 

Pienso, amor, en la cama inacabada,

en las hebras doradas con que amarro

el tiempo para evitar el desgarro

surgido de esta abulia silenciada.

 

Estallará la alarma en pocas horas

para sembrar más sal sobre la herida.

Entreveré desde el sofá tu ida

 

al ventanal, sabiendo que me ignoras.

Y buscarás respuestas con tu frente

apoyada en la marca de mi frente. 


domingo, 26 de mayo de 2024

El tritón

Nadie sabe su edad.

Nadie quiere escuchar

el goteo de su llanto en el agua.

Solo que en Antemoesa maduran 

desde hace tiempo las zarzas.


A lo lejos los marineros gritan

ahí va el loco soñando

con la eterna primavera de la vida y de los campos.

Los mismos carroñeros

que en un día lamieron

el brillo swaroskiano de su cola.


Ay si el escamado y ronco tritón

revelara los secretos de los hombres…

Pero sigue cantando para ellos. 




domingo, 7 de abril de 2024

Hijas de la abundancia

 En los cotiledones nace el tiempo,

pero el tiempo es granizo que no cesa. 

Eso ya no importa mucho 

ahora

que la hoja, desmembrada, cae

hacia un abismo ignoto de aceras húmedas. 

Cabecea también la tarde

vencida por la luz, aunque 

                                               ahora

nos concierne la hoja

con su digno vaivén de despedida,

su negra nervadura,

su peciolo podrido.

Pajiza, silenciosa.

Al posarse en mis manos lo comprendo:

son todos los besos 

de la última noche de verano.



domingo, 2 de abril de 2023

El peluquero del pueblo

     
    ¿Sabía usted que la peluquería de mi padre fue el primer establecimiento del pueblo? Sí señor, antes que los bares y el ultramarinos de doña Francisca. Aunque tampoco era un establecimiento propiamente dicho. Cuando el abuelo falleció, mi abuela trasladó la cocina a donde antes tenía él su taller de carpintería, a la parte de arriba de la casa, quedando vacío el cuartito que daba al corral. Y mi padre, que era un manitas, pensó que, igual que esquilaba ovejas, también podía cortar el pelo a los hombres del pueblo. Total, que acomodó como pudo el poco espacio que quedaba de la antigua cocina y fue comentándolo a todos los vecinos: corte de pelo, 5 pesetas. Pero en aquella época las ratas eran más ricas que nosotros; por eso al principio los hombres pasaban delante de nuestra casa recelosos por el problema de mi padre, ya sabe, no querían irse sin una oreja, ya ve usted qué tontería, qué les molestaba arar la tierra o cortar leña desorejados. Pero mi padre, como le digo, osado y soñador, cambió las pesetas por mercancía; entonces podía usted cortarse el pelo por un pedazo de unto, medio manojo de grelos o un mandil lleno de patatas nuevas. Así, de un día para otro empezaron a entrar por el corral los hombres del pueblo. Siempre después de comer, porque por la mañana trabajaban y por la tarde trabajaban aún más. Sacrificaban la siesta y aparecían como helechos tras la lluvia dando golpes a la cancela y llamando a voz en grito a don José.
      Como le decía, mi padre, que Dios le tenga en su Gloria, era un valiente y un visionario, y poco a poco fue aumentando la clientela. Aunque no crea que fue fácil. Trataba a los vecinos como a ovejas a las que había que trasquilar y, efectivamente, acababan con una parte de la cabeza con el pelo más largo que la otra, el cuello ensangrentado o alguna oreja herida. Pero ellos jamás se quejaron ni pegaron a mi padre, conocedores de su nueva tara. Iban, conversaban con él, aguantaban el dolor como jabatos, subían a la cocina a dejar el trueque a mi abuela y bajaban de nuevo para salir por la cancela más mal que bien, con mierda de gallina en las botas y el pelo al tuntún.
        En verano perfeccionaba su arte cortando el pelo a las ovejas. Sí señor, cortaba el pelo, no esquilaba. Las pobres aguantaban sus tijeretazos con paciencia y las acicalaba, no se lo creerá usted, como artistas de cine. Con tanta maña lo hacía que las vecinas se paraban en mi finca para admirarlas, y hasta comencé a distinguirlas por el corte de pelo, así que cuando las llamaba sabía perfectamente a quién me dirigía. Una mañana muy temprano se acercó a la cancela doña Fina. Hizo señas para que se acercase mi padre y le ofreció un cerdo para matanza a cambio de un corte igual que el de la Amarela, la oveja más aristocrática del rebaño. Al principio le sorprendió, ya que no había contemplado ser peluquero de mujeres, pero dijo que sí con más miedo que seguridad, porque no quería que su ceguera desgraciara a alguna de las mujeres del pueblo, que la pobreza no tiene nada que ver con la coquetería. Quedaron ya entrada la noche, cuando todo el mundo estaba en la cama, las gallinas en el gallinero y el corral limpio. Fue la primera vez que vi cortar el pelo a mi padre. No debió de ser sencillo a la luz del candil, pero me di cuenta de que su truco fue manejar a doña Fina con la misma delicadeza con que trataba a las ovejas. Tan fetén fue el asunto que al día siguiente doña Fina fue jactándose de que había ido a la capital a cortarse el pelo porque su hijo le había enviado dinero desde Suiza para regalarle algo por su cumpleaños. Y mi padre no sé enfadó. Poco tiempo después se supo la verdad, y las demás vecinas empezaron a venir a la peluquería sin importarles que fuera de día, que se encontraran con su marido o que volvieran a casa con mierda de gallina en los zuecos.
        Hubo un momento en el que el pueblo comenzaba a estar peinado como borregos, todos con un corte de pelo distinto, eso sí, que mi padre era bruto pero creativo. Mi abuela tenía la alacena a rebosar de comida y las ovejas servían de modelo de revista. Mi padre, mientras, ya con ceguera total, me enseñaba el oficio: él acariciaba las ovejas y yo admiraba cada uno de sus trabajos, tan novedosos para esa época: al tazón, con flequillo saliente, con una rasta que casi tocaba el suelo, ahuecado… una pena que no pudiera ver los diferentes degradados, cómo el sol hacía brillar las mechas multicolores, los reflejos.
       En fin, don Anselmo. Que como dice el poeta, hay golpes en la vida, tan fuertes… Una mañana mi padre no se levantó de la cama ya y mi abuela corrió tras él como si fuera Ovidio en vez de Dafne. Así que decidí vender la casa, las ovejas, los conejos y las gallinas y venirme a la capital a montar mi propia peluquería. Antes hice fotos de cada una de ellas para ponerlas en las paredes; por eso los niños al salir del colegio se quedan embobados mirándolas hasta que las madres les dan un coscorrón para que se muevan. Y como sabe que de mi padre no solo heredé la maña con las tijeras sino la enfermedad de la vista, hasta que la edad y no la ceguera me lo permita seguiré cortando el pelo como a las ovejas. Ea, ya hemos acabado, ¿puede verse en el espejo? ¿está así a su gusto? Perfecto, pues son 10 pesetas.

domingo, 26 de febrero de 2023

Hoy

 Despierta, mamá, ha llegado el día susurra meciéndole el hombro que tiene a la vista.                                    

    

    Madre, tras un breve rezongo, aprovecha el cambio de posición para estirar el cuerpo embotado y taparse hasta la nariz. Con el único ojo abierto mira la hora que el despertador proyecta en el techo: las siete y nueve. En un rápido cálculo sabe que puede retozar unos minutos más.


Buenos días, Hijo.            

   

    A las siete y catorce minutos Madre busca por tiento las zapatillas. Bien es verdad que hace media que hora se ha levantado y se ha tomado el Eutirox con medio Danacol, pero el frío de febrero es tan salvaje sin calefacción que ha decidido meterse en la cama de nuevo antes de que alguno de sus hijos se ponga en movimiento. De hecho, el pequeño (llamamos pequeño al de treinta años) ronca como si estuviera a punto de romperse la garganta, y el mayor, el que ha venido a despertarla, se ha quedado dormido en el sofá. Pero antes ha debido enchufar la cafetera porque huele la casa a café recién hecho.

    Ha llegado el día. Madre demora en lavarse la cara porque el agua caliente la reconforta. Ocho años y ha llegado el día. El espejo le devuelve un pelo húmedo pero enmarañado, unos ojos azulísimos aún en penumbra y arrugas propias de quien ha vivido mucho. Ya en la cocina, aprovecha para poner la olla express en la vitrocerámica mientras tuesta dos rebanadas de pan. Hay para comer puré de puerros y filetes de ternera con arroz basmati. Calienta medio vaso de leche en el microondas durante un minuto y saca del frigorífico la mermelada de frambuesas. El desayuno es para Madre un ritual, el momento del día en el que siente algo parecido a paz adherida a sus huesos, un limbo silencioso y placentero donde percibe su cuerpo como materia gelatinosa, como halo que pesa y toma forma. Dos cucharadas de café, Ameride, Atenolol, el medio Danacol que le quedaba. Inspira profundamente tras beber el último sorbo de café con leche hirviendo y apoya los codos para taparse los ojos con el cuenco de las manos a modo de duermevela.

    Ocho años y ha llegado el día. Ella, que llegó con catorce años a la capital para servir a una familia de postín. Ya sabes, los jóvenes emigraban, las adolescentes eran empujadas a ayudar a padres que labraban una tierra cada vez más estéril. Ella, que se casó con solo dieciocho años ¿Enamorada? No sabría responderte; solo te dirá que no quería dormir una noche más sola. Después trabajará limpiando y cocinando en casa de un joyero en auge. Será la cara visible ante la recepción de clientes famosos: joven, rubia, ojos como miles de cielos vírgenes, dientes torcidos pero con personalidad. Yo serví a… El anillo de pedida que llevaba en la portada de revista me lo probé yo a escondidas antes de que ella lo tocara. Cada dos fines de semana se iba al baile con la cocinera y en unos de esos guateques conoció a un cubano y poco tiempo después se fue a vivir con él llevándose a sus hijos. ¿Enamorada? No sabría responderte, solo te dirá que estaba cansada de trabajar para un marido continuamente borracho, de escuchar a sus hijos llorar de frío; que se guio por promesas aunque el precio fuera moretones y una sensación perenne de pequeñez. Él les abandonó con la misma naturalidad con la que ella se hizo cargo de las personas mayores a las que alquilaba habitaciones, sin tiempo para las lágrimas ni para las preguntas: las levantaba, las vestía, las rociaba con colonia Nenuco, limpiaba las habitaciones, llevaba a los niños al colegio, regresaba para recoger la sala y hacer la comida, las acostaba para que se echaran la siesta, iba a por los niños al colegio, les ayudaba con los deberes, planchaba, preparaba la cena, ponía el pijama a cada una de ellas, ayudaba a ducharse a los niños, se acostaba la última, no sin antes leer al menos una página de algún libro. Así durante varios años hasta que la edad le dijo basta sin darse cuenta de que no había cotizado.

    Ha llegado el día. Pero antes vino la mudanza, el nuevo trabajo como conserje de media jornada y la otra media jornada ocupada en limpiar las casas de esa misma comunidad. Con tanto tiempo libre para pensar durante las solitarias tardes de invierno esperando a que fueran las ocho para sacar los cubos. Con tanto tiempo, después de dejar la portería impoluta, para pensar que, si no hubiera sido por los avatares de la vida, le hubiera gustado estudiar magisterio, porque admiraba a la profesora del pueblo que enseñaba de todo y que se sorprendía de lo inteligente que era Madre para las matemáticas y para aprenderse los poemas de Otero Pedrayo o Rosalía de Castro. Pero otros decidieron que la cría, con catorce años, ya estaba hecha para ir a la capital y ayudar a su madre, ahora viuda. 

    Hasta que un día decidió, a pesar de sus sesenta años, estudiar a distancia uno de esos grados de los que había escuchado hablar a sus hijos. El primer año fue duro, no tanto por la densidad de las asignaturas, sino porque desconocía internet y sus laberintos; no tanto por la falta de hábito sino por acortar horas de sueño. La pícara conserje, la llamaban.

    Así pasaron los años hasta el último examen. Un sábado, recuerda, temblando y con un sueño atroz; respondiendo febril pero insegura cuestiones de sintaxis, regresando a casa con un paradójico sentimiento de orgullo y vacío. Y la nota del examen varias semanas después. Y el día de la graduación ocho años después.

    Madre despierta en ese momento de la duermevela porque siente el hormigueo de sus brazos dormidos. 

Despierta, mamá, ha llegado el día. Vístete, que pronto llegará el taxi para llevarnos a la facultad. 

 

Las invisibles

 Mujer en un vagón de metro, 8:08.            

Buenos días y disculpen que les moleste. Soy una madre de 37 años que vive con sus hijos en una habitación alquilada. Realizo trabajos esporádicos pero, desgraciadamente, no son suficientes para llegar a fin de mes. No percibo ningún subsidio: me veo forzada así, a pesar de la vergüenza, a buscar ayuda. Ofrezco pañuelos y caramelos por la voluntad. También si tienen comida o si saben de algún trabajo por pequeño que sea, estaría agradecida. Tengo dos bocas que alimentar y debo ya dos meses de alquiler. Lo último que quisiera sería verme viviendo con mis hijos en la calle. Por eso ofrezco pañuelos y caramelos por la voluntad, señores. Muchas gracias de antemano y que tengan un buen día. Pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad señores. Muchas gracias, que tengan un buen día.

 

Mujer en la puerta de un supermercado, 11:24.

            

            🎵¡Oléle! ¡Olelé! Moliba makasi.🎵 Buenos días, mama. Buenos días, mama guapa. Hola, señora, buenos días. Oh, gracias, mama, mucho coraje en el día, mama, gracias.

            🎵¡Luka, Luka! Mboka na yé, mboka mboka Kasai.🎵  Mama, buenos días. Señor, buenos días. Claro, usted dejar perro guapo conmigo, yo cuidar bonito él. Gracias, mama, muchas gracias.

            🎵¡Eeo, ee eeo, Benguela aya!🎵 Mama buena, buenos días, gracias mama, señora, usted guapa y buena siempre conmigo. ¿Hijo bien? Gracias mama, buena mañana para usted.

            🎵¡Oya, oya! Yakara a.🎵 Señora, buenos días, mama. ¿bien todo? Gracias, yo bien, cantando, mama, buen día mama. Oh, comida rica, mama, gracias.

            🎵¡Oya, oya! Konguidja a.🎵 Buenos días, señor, gracias usted. Mama buena mañana a usted. Mama, aquí perro usted, perro bueno, no haberse movido, gracias mama, mucho coraje en el día.

            🎵¡Oya, oya!🎵

 

Madrid, una calle cualquiera, 13:28. Mujer de unos 55 años sentada en el suelo. Intenta esquivar el frío con toda suerte de harapos; de hecho, solo se le ven la nariz, los ojos y un mechón grisáceo. Apoya en sus rodillas un cartel sucio en el que se puede leer: Todos necesitamos alguna vez un poco de ayuda. Muchas gracias.

 

Mujer en la puerta de una iglesia, 16:17.

 

            Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. Uno ayuta per favore para madre con ninios. Molta sorte e gracias. 

 

Mujer en un vagón de metro, 18:43.

 

Buenas tardes y disculpen que les moleste. Soy madre de dos hijos que lucha por sacarlos adelante. Vivimos en un cuarto alquilado, pero a pesar de los trabajos modestos que desempeño no llegamos a fin de mes y debo ya dos mensualidades. Recurro a ustedes para no verme en la calle con mis dos niños. No recibo ninguna ayuda. Ofrezco pañuelos y caramelos por lo que ustedes buenamente consideren. Si tienen comida o si saben de algún trabajo por pequeño que sea, también son bienvenidos. Gracias de antemano y disculpen si les molesto. Pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad, señores; pañuelos y caramelos por la voluntad señores. Muchas gracias, que tengan una buena tarde.

 

 

domingo, 22 de enero de 2023

Tanta vida

 

Me arrastré para amarte simplemente

porque yo,

escúchame, 

porque yo

arrancaba mi piel todas las noches

queriendo ser un hombre que no era.

Devoré tus promesas:

quise entibiar tu cama,

llegar a casa, cansado, ya sabes,

igual de roto de lo que llegabas tú,

y abrazarnos con ansia

hasta que alguno de los dos contara

una anécdota absurda

con la que reírnos a carcajadas.

Tardé en reconocer 

tu papel como aspersor de futuros

ante otros hierbajos

y seguí reptando sencillamente

porque yo,

escúchame, 

porque yo

quise amar en ti lo que en mí no amaba.

La frente

Mientras duermes, una frente apoyada en el cristal del salón rumia barro. Han tiznado las estrellas con sarro, apenas yerra carne desalmada....