domingo, 1 de julio de 2018

El estallido de la Revolución

Tras la guillotina de las palabras
la sensibilidad
se separó del cuerpo
y cayó en un viejo saco de cuero.
Temblaba estertoroso.
Y te marchaste así, blandiendo excusas,
sacudiéndote sonrisas y adioses
con las manos aún ensangrentadas.

Un silencio de niebla en el cadalso.

En un último intento
la carne violácea buscó a tientas
naufragios de nervios supervivientes.
Los encontró en una montaña helada
y pudo calentarlos con el hueco
de sus manos. Remendó torpemente
las vísceras y se puso de pie.
Gimió dolorido al bajar las tablas,
mareado, confuso;
todavía silbaban las palabras
como balas rozando los oídos.
Un átomo de libertad
pareció deshacerse en su boca.
En ese momento debió de sentir
lo mismo que el primer hombre
prehistórico cuando fue consciente
de que podía andar
                                  solo
con las patas traseras.

La gran bocanada de aire
le cortó el resuello
y
se encaminó hacia el bosque de nogales.


                                 Amanecía.

         Cazador en el bosque. Friedrich Caspar David. 1813.

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