domingo, 18 de marzo de 2018

El ancla

Será que está cansada
de sonreír a peces moribundos,
de desfruncir el cielo después de la tormenta.
Ha escuchado contar a marineros
historias sobre flores
que elevan su silencio dócil al mes de junio.
Y se siente como un hilo mojado
que arrastra el légamo tozudamente.

Pero ya nada muerto vive bajo la argolla
(a pesar de las algas putrefactas).

El ancla no nació
para ser esclava de ningún barco.
Prefiere el ruido de los astilleros
y el sol tibio fondeado en sus uñas.
El ancla quiere aprender a ser libre
más allá de terrones abisales.
                                                
                                                     Iré
                       dijo.

Y su voz resquebrajó la escafandra.


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