tanta fruta podrida,
tantas ubres hambrientas,
que tropezábamos continuamente
con ojos secos como espejos rotos.
Porque sabed que en manos de los dioses
solo somos cordones
umbilicales atados a brújulas.
Ostara, sin embargo, custodiaba
simientes en las quillas de su falda.
Y al estallar la lluvia,
plantó wisterias sobre nuestros tocones, lirios,
tulipanes, narcisos, agapantos.
Porque sabed que la escarcha siempre esconde
una promesa tibia,
la leche primigenia sobre la que se erige
mayo en su duermevela.