viernes, 10 de septiembre de 2021

2050

 

Cuando apenas podamos afrontar

la última factura de la luz

porque el noventa por ciento de nuestro salario

sufragará una deuda que no hemos firmado;

cuando amordacemos pedos y eructos

ante el impuesto verde,

quizás nos queden los libros, amor

—si no los han quemado,

            si aún el sol es gratis—,

y seguiremos juntos.

 

Cuando volvamos a anular la cita 

de una operación insoportablemente cara,

y disimulemos el dolor de espalda,

los dientes podridos, la tendinitis;

cuando vivamos en pisos esqueléticos

con camas repartidas para varias familias,

quizás nos queden los parques, amor

—si no nos cobran a céntimo el paso,

a nosotros, obesos como tumores de bocio;

y digo pasos como puedo decir

parpadeoslatidos,

resuellosbostezos—,

y seguiremos juntos.

 

Cuando el jefe permita cinco minutos libres,

(jornadas laborales

de trece horas, siete en vacaciones,

han prohibido las huelgas);

cuando para comer

tengamos que rascar la mugre apelmazada

en los azulejos de la cocina

o la orina devuelva la fe

a unos labios agrietados,

nos quedarán los recuerdos, amor

—si el gobierno no procesa

mediante sensores sofisticados

la cantidad de pensamientos

que produce nuestra mente

y los empaqueta en haces de créditos

que grava según la energía

de la evocación—,

y seguiremos juntos.

 

Cuando alguno de los dos, viejos ya,

sacos de hollejo y sarna demasiado rendidos,

decida convertirse 

en carne de cuchillo 

sin que el otro lo sepa

hasta el día siguiente,

qué nos quedará, dime.

 

Ellos, amor, siempre quedarán ellos;

y mansiones sin libros,

y ciudades sin pájaros ni parques,

y hombres sin memoria.

Y el silencio común que nos ungió de ruina.






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